viernes, 4 de noviembre de 2011

Conferencia de Ivonne Bordelois: Las palabras y la medicina



Entrevista

“La palabra es una primera instancia de curación”

Reproducimos una entrevista a Ivonne Bordelois realizada por IntraMed y ya publicada.

Las palabras, las personas, la comunicación

Es tan difícil detenerse a reflexionar sobre lo que nos resulta cotidiano. Estamos tan sumergidos en el vértigo de los días que las cosas nos pasan, veloces, como sombras a través de la ventanilla del tren. Hay personas capaces de hacerlo. Es una elección personal, una íntima decisión, ofrecernos el tiempo para escucharlas.

Habla en un tono sereno, segura de lo que dice pero sin una actitud enfática. Derrama su erudición con la ternura de quien no necesita apabullar a su interlocutor: “Cuándo dejaremos de preguntar: ¿Y Ud. cuántas lenguas habla?, para decir: ¿y Ud. cuántas lenguas escucha?”

Sabe que el lenguaje es sonoro, que esa dimensión es intensa y silenciada. Conoce la puerta secreta que introduce a la zona lúdica de la palabra. Pone la oreja en cada signo y escucha los sonidos del pasado que hablan, aunque no queramos oírlos. “Amor se vincula con mamar, de donde deriva mamá. Testigo, de testículo; familia era un conjunto de esclavos; soltero llega desde solitario”.

- Ivonne, ¿para qué sirve hablar? ¿Qué función cumplen las conversaciones cotidianas?

- Hablando se contrarrestan las fuerzas del discurso hegemónico que son muy fuertes. La propaganda, el discurso político, el discurso de la prensa, el discurso del consumismo es muy fuerte. Todo el día recibimos mandatos, emitidos desde fuentes anónimas o no anónimas, pero que no están bajo nuestro control. Entonces, este hablar nuestro, este que tenemos hoy usted y yo, el hablar cotidiano, es la manera en que -concientemente o no– nos resistimos o logramos sustraernos a la fuerza de estos mandatos.

- ¿Eso también vale para el ámbito de la medicina?

- Creo que en la medicina también ocurre que, por un lado está el discurso científico, el de los remedios que se compran y se venden, el de las patentes y, por otro, está el diálogo del médico con el paciente. Frente al médico especialista, el médico de cabecera (o sea, el médico tradicional) tiene la posibilidad de establecer un diálogo con su paciente que es diferente a la palabra del especialista, que le ve a uno la rodilla o la muela y no su historia como persona.

- ¿Cómo describiría Ud. la relación de la Medicina con la palabra?

- La palabra es una primera instancia de curación, ya que asegura la relación plena de confianza entre médico y paciente. La cura por la palabra está atestiguada en muchos relatos fundantes en nuestra cultura (como los episodios evangélicos) y en las culturas que nos rodean. No pueden desdeñarse estos testimonios como simples residuos míticos, ya que todos sabemos por experiencia cuán importantes son las palabras y el silencio del médico -que da valor a su palabra- a través del proceso curativo.

“Ustedes no se dan cuenta, pero son aterrorizadores”

¿Qué escuchamos los médicos? ¿Cuándo se detiene el flujo torrencial del discurso profesional para dar lugar a la escucha de quien nos habla? ¿De qué nos perdemos al sustituir conversaciones por tecnología?

- La medicina y la ciencia en general tienen una pretensión - tal vez absurda - de que las palabras sean precisas y no ambiguas ¿Qué piensa al respecto?

- Es una ilusión. Las palabras tienen muy diferentes estratos, vienen de distintas partes y, además, uno no puede hacer nada con el hecho de que se interpretan según el origen de la persona que escucha y según la disposición que tiene la persona a escuchar ciertas cosas y no otras. Así que la precisión total siempre es imposible.

- En realidad, la ciencia tiene la pretensión de reducir la ambigüedad y la polisemia del lenguaje al mínimo posible.

- Claro, desde el punto de vista científico, es importante porque en la medida en que se eliminan ambigüedades, también se eliminan posibilidades de error. Yo también vengo de la lingüística, que es una disciplina que quiere ser científica, y también tenemos muchas peleas al respecto. Uds. (los médicos) manejan un lenguaje alejado del vulgo, lo cual también es un resguardo de la jerarquía, de la autoridad que la medicina se adjudica a sí misma. Hablan con términos que vienen de raíces del griego, del latín, y que si se desmenuzaran en su sentido primo -que no es un sentido científico, sino que es un sentido lato, literal- tranquilizarían más a la gente. Me refiero, por ejemplo, a esos nombres de remedios que tienen 80 mil partículas y fragmentos...

- ¿Y esto qué genera en los pacientes?

- Ustedes no se dan cuenta, pero son aterrorizadores. Lo que uno siente como paciente es que le dicen palabras que no entiende. Le doy un ejemplo: una vez un familiar mío tuvo un problema de drogas. Fuimos a ver al psiquiatra que la atendía, quien hablaba de un desorden de personalidad. Yo le pregunté qué significaba eso, si podía ser histeria, esquizofrenia (porque para mí, desorden de personalidad significa cualquier perturbación). Entonces se puso furioso, dijo que para saber qué era desorden de personalidad había que asistir a su cátedra, en la Facultad de Medicina... Esto incrementó la angustia del grupo familiar. Le quiero decir que esta historia de que ustedes buscan la no-ambigüedad no me la creo. Lo que uno percibe del otro lado de la orilla es muy diferente.

- ¿Usted, piensa que la jerga profesional es una forma de resguardar un poder ilusorio?

- Claro, y también esa cosa que tienen los sacerdotes: la cosa mística, el misterio, la cosa hierática. “Usted no va a entrar en esto porque usted no es especialista, hay que ser un iniciado”. Esto representa la angustia que uno tiene como enfermo.

- Eso es paradójico, porque es bien sabido que la palabra tiene un efecto terapéutico, pero para eso tiene que ser comprendida…

- Claro, pero tiene que ser lo más transparente posible, provenir de una conversación lo más íntima posible, en la que el paciente no se sienta frente a un juez sino frente a un compañero que trata de sacarlo de la situación en que está.

- Los médicos hacemos una operación de traducción, descartamos lo que consideramos “ruido” y traducimos a un lenguaje muy pobre el pequeño residuo que creemos significativo.

- Bueno, naturalmente eligen el relato de aquello que conduce al diagnóstico...

- Pero, a veces, entre lo que elegimos no decir hay cuestiones más densas...

- En realidad, lo esencial sería estar atentos a los signos que puedan parecer más significativos, justamente porque son centrales. Pero, habitualmente, esos contenidos la persona que relata los ubica en el borde, en la periferia, quizás para evitar la confrontación.

El gran problema del mundo contemporáneo no es un problema del habla, sino de la escucha. Nosotros hemos desarrollado grandes capacidades, diferentes dialectos y una gran riqueza de vocabulario, pero no hemos desarrollado una equivalente capacidad de escucha: hay que saber escuchar mejor de lo que podemos escuchar en general.

“El mundo actual está lleno de seres humanos reducidos a su mitad”

Ivonne Bordelois describe muchas de las formas actuales de la esclavitud: el trabajo, la informática y el consumo. Pero también nos regala sus claves generosas para sustraernos al embrujo de lo brutal. Recuperar el placer y la conciencia crítica. Darnos un habla sensual y productiva que nos habilite el ingreso a mundos menos triviales.

- ¿Qué valor le asigna al silencio en la comunicación humana?

- El silencio es una condición del habla, es decir que no puede haber habla que no acompañe al silencio. Hay muchos componentes culturales y antropológicos que pautan el uso del silencio en una conversación.

- ¿Qué aspectos del uso actual del lenguaje le preocupan, o considera negativos?

- La degradación del lenguaje se produce a través de su drástica reducción, debida al avance imparable del discurso mediático, consistente solo en imágenes y mandatos orientados exclusivamente al consumo. Para este avance es esencial que el placer y la energía que produce la simple conversación humana vaya desapareciendo y que nos constituyamos consecuentemente en simples sujetos pasivos, sometidos a la pantalla de la TV o de Internet.

- ¿Qué dimensiones de la palabra quedan hoy clausuradas por el furor comunicandi?

- Cuando se suprimen los poderes y placeres conversacionales, desaparece también la noción de intimidad que va ligada al desenvolvimiento de la vida interior, esa suerte de diario permanente que desarrollamos dentro de nosotros mismos como un relato que nos va identificando a través del tiempo y que nos relaciona profundamente con aquellos que amamos. Este relato requiere palabras y matices para constituirse y para expresarse, y la incapacidad de alcanzar estos registros mutila gravemente la capacidad de madurez y expresión humana. Emerson decía: "El hombre es la mitad de sí mismo. La otra mitad es su expresión". El mundo actual está lleno de seres humanos reducidos a su mitad.

- ¿Qué puede decirnos acerca de las dimensiones sonora y placentera del lenguaje?

- Son las más eficaces cuando queremos reconstituir el poder de la palabra entre nosotros, y aparecen en particular cuando nos liberamos y entramos en la dimensión lúdica y poética del lenguaje. Como cuando prestamos el oído a las viejas y nuevas canciones que se han apoderado del corazón de las masas y que recuerdan o anuncian nuevas épocas estéticas y convivenciales.

- ¿Puede la palabra ser un instrumento de goce?

- El limitarnos a "usar" el lenguaje exclusivamente en su función informativa, ejecutiva, o bien dentro de las reglas estrictas del discurso científico o racionalista, alejado de toda metáfora, de todo vuelo imaginativo, nos aleja de la magia restauradora de la palabra, fuera de la esfera oficial. Hay un acto de fe en el lenguaje que nos libera de la carga de producir permanentemente enunciados adecuados y razonables y nos lleva a entregarnos gozosamente al ritmo mismo de la lengua, del mismo modo que los mejores bailarines se entregan a la música que los va llevando a los pasos más felices y logrados. Precisamente “la poesía es el baile del habla”, como decía el gran escritor mexicano Alfonso Reyes, y en este mundo parecería que nos estamos habituando a planchar demasiado...

“La palabra se comunica a sí misma, como decía Walter Benjamín”

El lenguaje es un testigo de la degradación de ciertos aspectos de la vida contemporánea, pero también el instrumento de la esperanza. Un madero para quien esté dispuesto a tomarlo, para rescatarnos de “esa forma bastarda y ciega del ser contemporáneo que es el bienestar”.

- ¿Y las “malas palabras”, Ivonne, para qué sirven?

- Son fundamentales. Cumplen una función catártica, descomprimen una situación y alejan la violencia. Pero en un momento en que su uso se banalhttp://www.blogger.com/img/blank.gifiza por un exceso de presencia en todos lados, esa función tan importante se degrada y, entonces, se acerca la respuesta violenta. Deberíamos cuidarlas. He observado que hoy, cuando un adolescente quiere insultar a otro, a falta de impacto con las malas palabras habituales, le dice: Sos un…¡gordo! Increíble, el poder de la discriminación en una cultura que privilegia el cuerpo. Ser gordo, entonces, es un insulto.

- Las palabras pertenecen a un momento de la historia…

- Desde ya. Antes, cuando uno noviaba con un muchacho, se decía que “hablaba con él” hoy se dice que se “sale con él”. ¿Cómo es eso? ¿Salir? Lo que uno quiere es “entrar”, entrar en su vida, en su historia, en su cama, en su cuerpo. Entonces se baila separado o solo, o en ambientes donde la palabra es imposible. ¿Habrá algún precio a pagar por todo esto?

Pueden ver el artículo en este enlace: http://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoID=73310&pagina=2